Las
espigas de trigo.
Un
labrador recorría con su hijo los campos para ver si el trigo ya estaba maduro.
-Padre
pregunto el niño- ¿Por qué algunas espigas de trigo están inclinadas hacia el
suelo y otras
tienen
la cabeza erguida? Estas ultimas deben ser las mejores, las que dejan caer la
cabeza no se
deben
poder aprovechar.
El
padre cogiendo una de las espigas que se doblaban le dijo:
-¡Fíjate,
hijo mío! Esta espiga que tan modestamente se inclina, es perfecta, esta
cuajada de grano;
pero
esta otra que se levantaba con tanto orgullo en el trigal, esta seca y es
inaprovechable.
Así
pues muchas veces en el mundo: los soberbios son secos, nulos, no sirven para
nada; los
humildes
son útiles y preciosos.
“El
orgullo” es un mal que engendra la ambición, la presunción y la vanagloria.
“La
ambición” es el deseo desmesurado de las dignidades, de los altos cargos, de
los honores.
“La
presunción” es el deseo de emprender cosas por encima de nuestras fuerzas.
“La
vanagloria” es el amor desordenado a las alabanzas. Lleva este nombre porque su
base de
gloria
no tiene consistencia.
He
aquí algunos remedios contra el orgullo:
1º El propio conocimiento; es
imposible examinarse sinceramente delante de Dios, reconocerse un
mísero pecador y no humillarse.
2º Considerar la
insignificancia y pensar en la vaciedad de las cosas que nos inducen al
orgullo.
3º Reflexionar sobre los
castigos del orgullo y las recompensas de la humildad.
4º Imitar a Jesucristo,
perfecto modelo de humildad.
5º Aceptar y procurar tener los
puestos más modestos, porque quien se ensalce será humillado y quien
se humille será ensalzado finalmente.
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