sábado, 11 de agosto de 2012

La tienda de la verdad


La tienda de la verdad

El hombre paseaba por aquellas callecitas de la ciudad provinciana. Tenía tiempo y por eso se detenía
algunos instantes, delante de cada escaparate, en cada plaza. Al torcer una esquina, de pronto se encontró un local cuya marquesina estaba en blanco.
Intrigado, se acercó a la vidriera y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro escaparate.
En el interior, solamente se veía un atril que sostenía un cartelito escrito a mano que anunciaba: “Tienda
de la Verdad”.
El hombre estaba sorprendido; pensó que era un nombre de fantasía. Pero no pudo imaginar qué vendían. Entró. Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó:

–Perdón, ¿ésta es la Tienda de la Verdad?
–¡Sí, señor! ¿Qué tipo de Verdad está buscando? ¿Verdad Parcial?, ¿Verdad Relativa?, ¿Verdad Estadística?, ¿Verdad Completa?
Así que allí vendían la Verdad. Nunca se había imaginado que aquello fuera posible, llegar a un lugar y llevarse la Verdad. Era maravilloso.
–¡Verdad Completa! –dijo el hombre sin dudarlo–.
Estoy cansado de mentiras y falsificaciones. No quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños y
fraudes. ¡Verdad Plena! –ratificó.
–Bien, Señor; ¡sígame, por favor! –La señorita acompañó al cliente a otro sector y, señalando a un
vendedor adusto, le dijo: –El señor le atenderá.
El Vendedor se acercó y esperó a que el hombre hablara.
–Vengo a buscar la Verdad Completa.
–¡Ahá! Perdone –dijo el vendedor–, pero ¿el caballero conoce el precio?
–No. ¿Cuál es? –contestó rutinariamente. En realidad, él pensaba que estaría dispuesto a pagar lo que fuera por la Verdad.
–Si usted se la lleva, el precio es que nunca más volverá a estar en paz.
Un escalofrío recorrió la espalda del hombre. Nunca se había imaginado que el precio fuera tan alto.
–¡Ah, gracias!, eh… mmm… ¡disculpe! –balbuceó–. Se dio media vuelta y salió de la tienda mirando al suelo.
Se sintió triste, al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la Verdad Absoluta. De que aún necesitaba algunas mentiras en las que encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones donde refugiarse, para no tener que enfrentarse consigo mismo. Se consoló pensando:

“Quizás, quizás, más adelante…”

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