La Ceguera
Constituye el
preludio de la iniciación en cualquier grado que sea. Durante la última y más
elevada iniciación llega a su fin la “tendencia a la ceguera”. La ceguera es
natural, innata, inevitable e impenetrable, en las primeras etapas de la
evolución. Durante edades el hombre camina en la oscuridad. Luego llega la
etapa donde la ceguera normal constituye una protección, pero también entra en
una fase donde puede vencerla. La ceguera a que me he referido, técnicamente
hablando, es algo diferente.
En cuanto el
ser humano obtiene la primera tenue vislumbre de ese “otro algo”, y se ve a sí
mismo como yuxtapuesto a esa realidad distante e imperceptiblemente sentida, la
ceguera mencionada es algo impuesto
por el alma al apresurado aspirante, a fin de que las lecciones de la
experiencia consciente, del discipulado y posteriormente de la iniciación,
puedan asimilarse y expresarse correctamente; por su intermedio se protege el
apresurado buscador contra un rápido y superficial progreso. Lo que espera
descubrir el Instructor interno, y posteriormente el Maestro, es hondura y un
profundo “enraizamiento” (si puedo emplear tal palabra), y la “ceguera oculta”,
su necesidad, su inteligente manejo y su ultérrima eliminación, forman parte
del programa impuesto al aspirante...
La ceguera es por lo tanto, esotéricamente hablando, el
lugar del aprendizaje y está relacionada con la doctrina del ojo, de la
garganta y del corazón. No lo
está con la tenue visión, la percepción de verdades a medias y los balbuceos del
aspirante cuando está aprendiendo a conocerse a sí mismo o cuando visualiza la
meta y trata de recorrer el sendero, condición muy familiar a la cual están
sujetos todos los principiantes sin poder evitarla, pues es inherente a sus
naturalezas.
La ceguera oculta es inducida espiritualmente y oscurece
la gloria y la prometida realización y recompensa. El discípulo debe depender
de sí mismo. Sólo puede ver su problema, su pequeño campo de experiencia y su -
para él - débil y limitado equipo. Cuando el profeta Elías habla de dar al
aspirante “los tesoros de la oscuridad” se refiere a esa etapa.
La belleza de lo inmediato, la gloria de la oportunidad
presente y la necesidad de abocarse a la tarea y al servicio, constituyen la
recompensa para seguir adelante en la aparentemente impenetrable oscuridad.
Para el iniciado, la ceguera es más esotérica; para él no existe en absoluto la
luz - ninguna luz terrenal ni tampoco en los tres mundos. Sólo existe
oscuridad.
El místico lo denomina “la oscura noche del alma”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario