lunes, 10 de septiembre de 2012

La Ceguera


La Ceguera

Constituye el preludio de la iniciación en cualquier grado que sea. Durante la última y más elevada iniciación llega a su fin la “tendencia a la ceguera”. La ceguera es natural, innata, inevitable e impenetrable, en las primeras etapas de la evolución. Durante edades el hombre camina en la oscuridad. Luego llega la etapa donde la ceguera normal constituye una protección, pero también entra en una fase donde puede vencerla. La ceguera a que me he referido, técnicamente hablando, es algo diferente.
En cuanto el ser humano obtiene la primera tenue vislumbre de ese “otro algo”, y se ve a sí mismo como yuxtapuesto a esa realidad distante e imperceptiblemente sentida, la ceguera mencionada es algo impuesto por el alma al apresurado aspirante, a fin de que las lecciones de la experiencia consciente, del discipulado y posteriormente de la iniciación, puedan asimilarse y expresarse correc­tamente; por su intermedio se protege el apresurado buscador contra un rápido y superficial progreso. Lo que espera descubrir el Instructor interno, y posteriormente el Maestro, es hondura y un profundo “enraizamiento” (si puedo emplear tal palabra), y la “ceguera oculta”, su necesidad, su inteligente manejo y su ultérrima eliminación, forman parte del programa impuesto al aspirante...
La ceguera es por lo tanto, esotéricamente hablando, el lugar del apren­dizaje y está relacionada con la doctrina del ojo, de la garganta y del corazón. No lo está con la tenue visión, la percepción de verdades a medias y los balbuceos del aspirante cuando está aprendiendo a conocerse a sí mismo o cuando visualiza la meta y trata de recorrer el sendero, condición muy familiar a la cual están sujetos todos los principiantes sin poder evitarla, pues es inherente a sus naturalezas.
La ceguera oculta es inducida espiritualmente y oscurece la gloria y la prometida realización y recompensa. El discípulo debe depender de sí mismo. Sólo puede ver su problema, su pequeño campo de experiencia y su - para él - débil y limitado equipo. Cuando el profeta Elías habla de dar al aspirante “los tesoros de la oscuridad” se refiere a esa etapa.
La belleza de lo inmediato, la gloria de la oportunidad presente y la necesidad de abocarse a la tarea y al servicio, constituyen la recompensa para seguir adelante en la aparentemente impenetrable oscuridad. Para el iniciado, la ceguera es más esotérica; para él no existe en absoluto la luz - ninguna luz terrenal ni tampoco en los tres mundos. Sólo existe oscuridad.
El místico lo denomina “la oscura noche del alma”.

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