Ante
la necesidad todos somos iguales
En
un bosque cerca de una ciudad vivían dos mendigos. Naturalmente, eran enemigos
entre ellos como lo son todos los profesionales; dos médicos, dos profesores,
dos santos. Uno era ciego y el otro era cojo, y ambos muy competitivos; se
pasaban todo el día compitiendo entre ellos en la ciudad.
Pero
una noche sus cabañas se incendiaron, porque se estaba quemando todo el
bosque. El ciego podía correr, pero no podía ver por dónde, no podía
ver por dónde no se había extendido el fuego. El cojo podía ver que todavía
quedaban posibilidades de salir de ese fuego, pero no podía salir corriendo. El
fuego iba demasiado rápido, demasiado salvaje, por eso el cojo sólo podía ver
cómo llegaba su muerte.
Se
dieron cuenta de que se necesitaban. El cojo tuvo una realización súbita: «El
otro hombre puede correr, el ciego puede correr y yo puedo ver,» Se olvidaron
de su rivalidad. En un momento tan crítico, cuando ambos estaban enfrentándose
a la muerte, cada uno se olvidó de sus estúpidas enemistades.
Crearon
una gran síntesis; acordaron que el ciego llevaría al cojo en sus hombros y
funcionarían como un solo hombre; el cojo podía ver y el ciego podía correr.
Salvaron sus vidas. Y como se salvaron la vida mutuamente se hicieron amigos;
por primera vez dejaron a un lado su antagonismo.
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