lunes, 24 de septiembre de 2012

Ante la necesidad todos somos iguales


Ante la necesidad todos somos iguales

En un bosque cerca de una ciudad vivían dos mendigos. Na­turalmente, eran enemigos entre ellos como lo son todos los profesionales; dos médicos, dos profesores, dos santos. Uno era ciego y el otro era cojo, y ambos muy competitivos; se pasaban todo el día compitiendo entre ellos en la ciudad.
Pero una noche sus cabañas se incendiaron, porque se esta­ba quemando todo el bosque. El ciego podía correr, pero no po­día ver por dónde, no podía ver por dónde no se había extendido el fuego. El cojo podía ver que todavía quedaban posibilidades de salir de ese fuego, pero no podía salir corriendo. El fuego iba de­masiado rápido, demasiado salvaje, por eso el cojo sólo podía ver cómo llegaba su muerte.
Se dieron cuenta de que se necesitaban. El cojo tuvo una realización súbita: «El otro hombre puede correr, el ciego puede correr y yo puedo ver,» Se olvidaron de su rivalidad. En un mo­mento tan crítico, cuando ambos estaban enfrentándose a la muerte, cada uno se olvidó de sus estúpidas enemistades.
Crea­ron una gran síntesis; acordaron que el ciego llevaría al cojo en sus hombros y funcionarían como un solo hombre; el cojo podía ver y el ciego podía correr. Salvaron sus vidas. Y como se salva­ron la vida mutuamente se hicieron amigos; por primera vez de­jaron a un lado su antagonismo.


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