La ilusión del voto y la
democracia parlamentaria
“Votar es abdicar.”
Élisée Reclus
No obstante, los esclavos
modernos se sienten todavía ciudadanos. Creen votar y decidir libremente quién
conducirá sus asuntos, como si aún pudieran elegir.
Pero, cuando se trata de
escoger la sociedad en la que queremos vivir, ¿creen ustedes que existe una
diferencia fundamental, entre la socialdemocracia y la derecha populista en
Francia, entre demócratas y republicanos en Estados Unidos y entre laboristas y
conservadores en el Reino Unido?
No existe ninguna oposición,
puesto que los partidos políticos dominantes están de acuerdo en lo esencial:
la conservación de la presente sociedad mercantil. Ninguno de los partidos
políticos que pueden acceder al poder pone en entre dicho el dogma del mercado.
Y son esos mismos partidos
los que, con la complicidad mediática, acaparan las pantallas; riñen por
pequeños detalles con la esperanza de que todo siga igual; se disputan por
saber quién ocupara los puestos que les ofrece el parlamentarismo mercantil.
Esas pobres querellas son
difundidas por todos los medios de comunicación con el fin de ocultar un
verdadero debate sobre la elección de la sociedad en la que queremos vivir. La
apariencia y la futilidad dominan sobre el profundo enfrentamiento de ideas.
Todo esto no se parece en nada, ni de lejos, a una democracia.
La democracia verdadera se define en primer lugar y ante todo por la participación masiva de los ciudadanos en la gestión de los asuntos de la ciudad. Es directa y participativa. Encuentra su expresión más autentica en la asamblea popular y en el dialogo permanente sobre la organización de la vida en común.
La forma representativa y
parlamentaria que usurpa el nombre de democracia limita el poder de los
ciudadanos al simple derecho de votar; es decir, a nada. Escoger entre gris
claro y gris oscuro no es una elección verdadera. Las sillas parlamentarias son
ocupadas en su inmensa mayoría por la clase económicamente dominante, ya sea de
derecha o de la pretendía izquierda social demócrata.
No hay que conquistar el poder, hay que destruirlo. Es tiránico por naturaleza, sea ejercido por un rey, un dictador o un presidente electo. La única diferencia en el caso de la “democracia” parlamentaria es que los esclavos tienen la ilusión de elegir ellos mismos al amo que deberán servir. El voto los ha hecho cómplices de la tiranía que los oprime.
Ellos no son esclavos porque
existen amos, sino que “los amos
existen porque ellos han elegido mantenerse esclavos”.
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