sábado, 23 de junio de 2012

Flor de Nieve


Flor de Nieve
Desde muy temprana edad, Emilia comenzó a llamar a su pequeña con el apelativo de “Flor de Nieve”. Varias causas motivaron tan hermoso nombre. La primera, era por la piel tan suave y nacarada que tenía  la niña. La segunda, porque en los largos días de invierno, cuando la nieve cubría los alrededores de la casa, Juliette siempre tenía la costumbre de dibujar varios pétalos alrededor de  un  pequeño círculo  sobre el inmaculado y blanco manto. Durante mucho tiempo, la niña se situaba en el centro y danzaba  moviendo los brazos. La tercera, era mucho más delicada y sobre lo que no hablaba a casi nadie, salvo a dos o tres personas de total confianza.  Una noche, cuando Juliette tenía aproximadamente siete años, Emilia, estaba en vela. Permanecía cerca del hogar pensativa, analizando los últimos acontecimientos en los que se había visto involucrado su esposo como representante del conde de Tolosa. Todo se había resuelto satisfactoriamente por el momento, pero la situación general indicaba que un día deberían marchar de Tolosa, la actual Toulousse, capital del condado. Y ella que había nacido en el mismo Benás, no se veía con fuerzas para comenzar una nueva vida en un lugar tan lejano. Miraba  fijamente las escasas ascuas que quedaban en la chimenea a esa hora tan avanzada de la noche, y, de repente, vio a Juliette que estaba a su lado y le ofrecía una flor blanca y aterciopelada. Pudo leer en sus ojos unas palabras de consuelo:
- No te preocupes mamá, que todo irá bien.
-¡Oh!  Es como una flor de nieve - exclamó la madre. y cuando iba a darle un beso, la niña dio la vuelta y se encaminó hacia su dormitorio, sin  añadir nada más.
Entonces, Emilia pudo comprobar, aterrorizada, que no era el cuerpo físico  de Juliette, sino una forma luminosa que flotaba en el aire y  se desplazaba sin tocar el suelo.
Rápidamente llegó  hasta  la habitación de la niña, en el preciso momento de ver cómo aquella forma etérea luminiscente, entraba de nuevo en el cuerpecito dormido de la pequeña.
Se acercó, acarició su bello rostro nacarado, la besó, y ajustó  al cuerpecito de la niña  la manta de lana. Volvió a sentarse cerca del hogar, y una vez asimilado el pequeño susto, exclamó en voz baja.
- Tenemos una santa en  la casa.  Bendito sea Dios... ¡Mi amada Flor de Nieve!

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