Flor de Nieve
Desde
muy temprana edad, Emilia comenzó a llamar a su pequeña con el apelativo de
“Flor de Nieve”. Varias causas motivaron tan hermoso nombre. La primera, era
por la piel tan suave y nacarada que tenía la niña. La segunda, porque en
los largos días de invierno, cuando la nieve cubría los alrededores de la casa,
Juliette siempre tenía la costumbre de dibujar varios pétalos alrededor
de un pequeño círculo sobre el inmaculado y blanco manto.
Durante mucho tiempo, la niña se situaba en el centro y danzaba moviendo
los brazos. La tercera, era mucho más delicada y sobre lo que no hablaba a casi
nadie, salvo a dos o tres personas de total confianza. Una noche, cuando
Juliette tenía aproximadamente siete años, Emilia, estaba en vela. Permanecía cerca
del hogar pensativa, analizando los últimos acontecimientos en los que se había
visto involucrado su esposo como representante del conde de Tolosa. Todo se
había resuelto satisfactoriamente por el momento, pero la situación general
indicaba que un día deberían marchar de Tolosa, la actual Toulousse, capital
del condado. Y ella que había nacido en el mismo Benás, no se veía con fuerzas
para comenzar una nueva vida en un lugar tan lejano. Miraba fijamente las
escasas ascuas que quedaban en la chimenea a esa hora tan avanzada de la noche,
y, de repente, vio a Juliette que estaba a su lado y le ofrecía una flor blanca
y aterciopelada. Pudo leer en sus ojos unas palabras de consuelo:
- No te preocupes mamá, que todo irá bien.
-¡Oh! Es como una flor de nieve - exclamó la madre. y cuando iba a darle un beso, la
niña dio la vuelta y se encaminó hacia su dormitorio, sin añadir nada
más.
Entonces, Emilia pudo comprobar, aterrorizada, que no era el
cuerpo físico de Juliette, sino una forma luminosa que flotaba en el aire
y se desplazaba sin tocar el suelo.
Rápidamente llegó hasta la habitación de la niña,
en el preciso momento de ver cómo aquella forma etérea luminiscente, entraba de
nuevo en el cuerpecito dormido de la pequeña.
Se acercó, acarició su bello rostro nacarado, la besó, y
ajustó al cuerpecito de la niña la manta de lana. Volvió a sentarse
cerca del hogar, y una vez asimilado el pequeño susto, exclamó en voz baja.
- Tenemos una santa en la casa. Bendito sea
Dios... ¡Mi amada Flor de Nieve!
No hay comentarios:
Publicar un comentario